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Cuidar la desconexión digital.

Foto de Mo Aid de Pexel.com

Por Diego.

La influencia de la tecnología me interesa desde hace algún tiempo. Distinguiría dos efectos: el evidente, estar consultando una y otra vez que interrumpe aquello que estoy haciendo y la comunicación con los que estoy, y el –para mí– menos evidente, el que estar continuamente en modo escucha hacia lo de fuera interrumpa el modo escucha hacia lo de mi adentro. El tener la mente “ocupada” en modo recepción impide que pueda surgir… un cierto tipo de intuición y creatividad… pensamientos, ideas nuevas, en relación a mi vida, a mis asuntos, a mis quehaceres… este segundo punto tiene que ver con aquello que decía Santa Teresa de hablar con Dios entre fogones (“también entre pucheros anda el Señor”). Por ejemplo, en la ducha, cuando no hay tecnología, sino que estoy con otra cosa –sencilla, como lavarme– me surgen ideas creativas, originales, frescas –no que vayan a cambiar el mundo, solo relevantes para mí, para mis temas. Una pequeña conexión por aquí entre dos sucedidos, una posible respuesta a un asunto, la simbolización de una emoción ante algo que me preocupaba… eso antes podía pasarme –era el momento típico– al despertar y abrir los ojos, pero dejó de estar ahí porque está la acción de consultar el móvil… o cocinando, pero también desapareció al ponerme a escuchar un podcast interesantísimo. Que puede ser una útil fuente de información, pero en el que escucho lo que otro tiene que decir, y dejo por tanto de escuchar lo que haya de salir de mí…

Es un asunto serio. Y no creo que las leyes lo solucionen. Ha llegado una idea a mí recientemente y que las organizaciones no existen, existen las personas que las constituyen. Y es con ellas con las que uno se relaciona. Y son ellas las que toman acciones –no la organización como tal. Entonces, las leyes no existen, sino las personas que las llevan a cabo. Con lo que el tema de la desconexión vuelve a centrarse en cómo actuar uno. Las leyes pueden ayudar a señalar una dirección que consideramos buena como sociedad, pero caminar en esa dirección sigue siendo responsabilidad de las personas.

Empleo varias aplicaciones con la que programo desconexiones parciales selectivas –o totales– de servicios en los dispositivos según el momento del día que me interesa, en función de aquello a lo que quiero dedicarme. Por ejemplo, por la noche, se desconecta la conexión a internet, para evitarme consultar el móvil cuando me despierte a media noche. Esos momentos maravillosos –y jodidos– cuando uno no puede dormir y solo le queda el recurso de mirar al techo en medio de la oscuridad… Cuando necesito concentrarme en trabajar, se desconectan todos los servicios que no tienen que ver con eso –redes sociales, webs de otros ámbitos, incluso se filtran las llamadas para solo recibir –si alguna– las que tengan que ver con ese ámbito… Entonces, el horario personal –mi vida es bastante regular, no digo que esto haya de servir para cualquiera– no es solo apuntar qué haré y cuando, sino establecerme el grado de desconexión para cada uno de esos momentos. Estas desconexiones son programadas, y uno vez iniciada la desconexión, no puedo modificarla hasta que finalice. Si tuviera que decidirlas en el momento, entonces no las activaría la mayor parte de las veces, o las finalizaría antes de tiempo –ya lo he comprobado. Al principio de empezar a utilizar este sistema a veces era un fastidio –por ejemplo, no disponer de Google Maps al volver a casa de noche en el coche después de haber quedado con gente!– pero con el tiempo he aprendido a configurar y refinar la programación de las desconexiones para que jueguen a mi favor y no en mi contra.

Aparte de este nivel de frikismo nivel boutique, creo que es especialmente candente la necesidad de reflexionar sobre este tema con los adolescentes y los jóvenes. Yo me crié sin tecnología. Puedo tener una idea –aunque olvidada– de lo que es vivir sin el apremio y la sobrecarga de la comunicación de la tecnología. Pero ellos no. Y hay que mostrarles formas efectivas de lidiar con esta comunicación constante y encontrar espacios personales de silencio, espacios que sean realmente propios. Pero silencio orgánico, integrado, no “sentarse a meditar” simplemente –aunque esto pueda estar bien también.

Como en todas las generaciones, dominar la voluntad para hacer algo constructivo me parece uno de los temas principales de la vida. La biología es sabia y nos dota de muchos recursos cuando se trata de necesidades básicas, o cuando pone un hijo en nuestras vidas. Mecanismos biológicos poderosos a los que no podemos escapar. Pero cuando se trata de uno mismo, estamos más abiertos, menos condicionados, y entonces hemos de aprender a condicionarnos nosotros mismos en la dirección que queramos ir. Este es un tema que me parece fundamental para los jóvenes, y para los no tan jóvenes, claro.

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